FELIZ NAVIDAD. AQUÍ LES TRAIGO LA 6TA ENTREGA. ¡SALUDOS! ♥
Capítulo 6 (Adelanto, no terminado)
Fue una noche extraña… Muy extraña.
Luego de haberla seguido tras su escape del palacio, las
cosas no pudieron ser peor. Desde que puso pie en tierra no paró de correr. No,
en serio. La perdí de vista unas cuantas
veces, pero igualmente no dejé que me descubriese. Volé por entre los árboles y
sus sombras, haciendo ruido con las ramas sin querer, pero ella no lo notaba en
absoluto. Creo que no habría notado un lobo si lo tuviese enfrente.
Parecía aterrada,
pero no tanto como para perder el control de sus poderes como es usual. Vi el
estupor en su cara cuando tropezó y al levantarse miró a mi dirección, sin
mirarme a mí. Tenía los ojos nublados, idos. Parecía que huía de un fantasma o
algo así, y no le importaba nada más. Debía estar realmente desesperada por
irse. No fijaba su vista en algo más que no fuese el camino, juzgaba saber muy
bien a dónde iba pero no por dónde pisaba; se cayó más veces que un infante
cuando aprende a caminar.
En fin, sus piernas finalmente se dieron por vencidas en
cuanto alcanzó la cima de una montaña no muy alta. Una montaña familiar. El
misterio se resolvió solo cuando divisé a lo lejos el castillo de hielo. Sí, ya
conocía la historia de ese lugar. Aun así, bastante predecible. ¿Será que
planea unas vacaciones allí? ¿O un retiro espiritual? ¿Por qué aquí?
¿Será que el cambio está por culminar?
Permaneció tendida cual cadáver sobre la nieve hasta que se
hizo la tarde. Me escondí tras un montón de nieve acumulada, esperando a que
mostrara señal de vida. Finalmente, abrió los ojos y se incorporó lentamente,
dubitativa. No entré en escena todavía, pero sabía que mi tiempo se acercaba.
No recordé haber despertado, pero tenía los ojos abiertos
ante el cielo cambiante. Me dolía la cabeza, y mis piernas temblaban. Tampoco
recordaba haber llegado allí, pero sí que debía estarlo. Me senté con cuidado
sobre la suave y novedosa nieve; una acariciante nevada llovía de las nubes. O
de mí.
Juntando más energía me incorporé y me examiné. Me dolía el
cuerpo, pero estaba demasiado adormecida aún como para sufrirlo. Cortaduras y
sangre seca en todas partes, como si me hubiesen arañado gatos monteses.
Algunos moretones en las rodillas y mi vestido roto, lleno de barro. Me quité
la capa y la arrojé al suelo donde el viento se la llevaría tarde o temprano, y
comencé a caminar hacia mi hogar.
A Elsa se le escapó su abrigo. Intenté recuperarlo mientras
rodaba colina a bajo por el viento, pero en ese momento…
Oí un ruido, como nieve crujiendo. Miré sombre mi hombro…
Pero no había nada, solo la capa.
Mierda, casi. No de nuevo. No otra rara emboscada. Mi pecho se sacudía locamente mientras trataba
de ocultarme tras las oscuras nubes. Sujeté más fuerte mi bastón y seguí vigilándola
desde lo alto.
Me di la vuelta, y antes de dar el primer paso, mi mente trajo de regreso los recuerdos bloqueados
de anoche; cuartos oscuros y cuerpos sangrantes. Alfred y esos dos soldados, no
iba a pasar en alto quiénes eran. O qué les había hecho. Pero una parte de mí
me impidió sentir lástima por ellos, remordimiento, sentir nada en absoluto, lo
cual encontré reconfortante. La culpa no entraría en mí a destruirme por lo que
hice; no era mía. ¿Cómo hubiese escapado con las manos y la conciencia limpias
sino?
Ellos se pusieron en
el camino, hubiera sido diferente si no hubiesen estado en el lugar y tiempo
incorrecto.
Mi manos no acabaron limpias, sin embargo. Y de seguro han
encontrado la escena que me inculpa. En poco estarán los guardias o fuerzas
especiales en la entrada del castillo, derribando la puerta, dispuestos a encarcelarme.
Como si fuese a dejarles… Tendré que prepararme para cuando llegue ese momento.
Pero, ¿y Anna?…. No
tampoco había dolor allí, en su
pensamiento. Ella estaría bien, sujeta a una mentira, pero bien.
Lejos de mí.
Lo que importaba es que siguiera pensando que estaba de
viaje, y nada más. Ya vería qué haría en el futuro con respecto a ella. Dudaba
que se tragara la historia luego de que descubriese que no he vuelto a casa en
un largo tiempo.
Me sentía más tranquila. Libre como una pluma al viento,
orgullosa, me dejé guiar casi instintivamente por las escaleras. Era la
decisión correcta. Las puertas se abrieron para mí.
El castillo era igual
de magnífico de como lo recordaba. Mi obra. Era casi imposible retener el
aliento al caminar por la sala principal, admirar el alto techo que absorbía
rayos de luz. Se sentía como entrar en el interior de una gema. Aunque un poco
pequeña a mi parecer. No me llevó ni cinco minutos remodelarla; de las
profundidades de la montaña manaron ramas de hielo rodeando el castillo, se alineaban
en el interior para crear nuevas habitaciones, escaleras y pasillos en ambos
pisos.
En un simple mandato ya tenía un castillo el doble de amplio
y largo, balanceándose en perfecto equilibrio en la cima de la montaña. Para
cuando mi magia cesó de cosquillear, fuertes estampidas resonaron e hicieron
vibrar las paredes. Me giré, turbada, a buscar la fuente de esos enormes pasos.
Para mi sorpresa, resultó ser aquel monstruoso hombre de nieve que había
construido hacía tiempo, y por lo visto, no se había marchado.
Corrió hacia mí e intentó apretujarme entre sus gruesos
brazos. ¿Era un abrazo? ¿Pero por quién me ha tomado? Inmediatamente hice
resurgir una estaca de hielo del suelo que atravesó su brazo, para que me
soltara. Fue un reflejo. La segunda vez que usaba mi magia para defenderme. Y
se sentía espectacular. En cuanto me libró, recuperé el aire de los pulmones y
sacudí mi vestido con el ceño fruncido. Él se acariciaba el brazo ahuecado.
No fue compasión lo que sentí, pero no quería que huyera de
mí por ello. Lo necesitaba.
–No vuelvas a hacer eso. Jamás. – determiné firme, enfurecida.
El enojo se me pasó rápido pero no la determinación. Puse mi mano en su brazo
helado, que medía casi metro y medio de ancho, tal vez para animarlo y que deje
de poner cara de tristeza y confusión. Suavicé mi tono.– Ahora necesito que
vigiles la entrada. No quiero que nadie me disturbe, ¿lo has entendido? –
Marshmallow asintió tímidamente. – Buen chico.
Le di otra palmada y me dirigí a las escaleras de la sala sintiéndome
inmensa, oyendo sus estruendosos pasos salir por las altas puertas. Las piernas
me temblaban aún. Iba a ir derecho al dormitorio del piso superior, aunque con
la ampliación, no sabía dónde podría encontrarse. Al llegar al descanso de las
escaleras, caminé de espaldas a la puerta principal por un vacío pasillo. Doblé
en la primera intersección de escaleras y para mi suerte llegué a donde
deseaba.
El lugar estaría desnudo si no fuese por la cama y la mesita
de luz a su lado contra la pared derecha. Al fondo, en el centro se desplegaba
el balcón que alumbraba el aposento. Vacío,
pero acogedor. Era un hogar al menos, o lo será en cuanto pasen los días…
Fácilmente podía ver mi reflejo en cualquier pared que
quisiese. Aunque lo que veía era perturbador. Había visto mi cuerpo demacrado
por la difuminada noche anterior, pero no mi rostro cansado, deshecho, apagado. Mi pelo era una maraña, mis ojos
rodeados por una sombra de agotamiento. Unas líneas cortaban mi pómulo izquierdo,
pero apenas se notaban.
Bajo ello, no me sentía exhausta o destrozada. Sino renovada.
Como sea, era raro. Y odiaba verme con esa pinta. Tenía que
hacer algo para arreglarlo.
Alcé mi mano para reconstruir el vestido de hielo
destrozado, pero la magia solo llegó hasta la mitad de la falda. No tuve
tiempo. Una inquietante sombra atravesó mi cuerpo frente a la pared y llamó mi atención. Para mal. Sobrevoló el
conífero techo y se escondió tras la punta de una torre, lejos de mi vista. Era
muy grande para ser un pájaro.
Luego saltó y planeó cercano a las paredes, dudaba que me
hubiese visto aquí abajo. Retrocedí y me escondí tras el hueco arqueado que era
la puerta. Entonces, la sombra apareció
por el balcón y caminó por el cuarto. Lo reconocí de inmediato. Era el intruso…
¡El intruso del palacio!
Jack Frost… musitó
una voz.
El nombre que parecía salido de un sueño…. Jack Frost, él estaba
allí de nuevo. Elsa trastabilló un poco al retroceder por mero impulso, pero
gracias a ese sacudón pudo poner sus pensamientos en orden.
¿Qué rayos está
haciendo aquí?, me pregunté rechinando mis dientes. Sentía mi pulso galopar
como un purasangre. ¿Qué tenía ese tipo conmigo? Ya estaba harta de que me
acechara.
El peliblanco inspeccionaba el lugar y caminaba hacia la
puerta, con toda la tranquilidad del mundo. Fácilmente podría verme y
encontrarme tras la pared transparente. No iba a esperar a que lo hiciese.
Con el nombre del extraño titilando en las esquinas mi
mente, salté de mi escondite y lancé mi magia, esperando a que diese en el
corazón y acabara con todo de una buena vez. Por desgracia, el rayo siguió de
largo por las puertas del balcón. El intruso, digo Jack Frost, estaba a unos
metros del suelo ahora, sujetando su bastón con ambas manos.
PERO QUÉ CARAJOS. ¿AHORA ME ATACA? DIRECTAMENTE OPTA POR ATACARME. ¡Qué rayos era esto! La conmoción y
el miedo arrastraron mi columna vertebral, a la carrera para ver cuál podía paralizar
mi cerebro primero. Perdí el habla. Eludí con agilidad tres ataques más que
rebotaron por las paredes. Dos más. Cinco más. Seguía aturdido. No le agradaban
las visitas, podía ver.
Quizás por la forma en la que Elsa caminaba fríamente hacia
mí y lanzaba su magia, o cómo estacaba su mirada tosca en la mía. Como hacen
las serpientes. Recordé las palabras de
Pabbie, cuando la comparó con una serpiente que cambia de piel. Mejor dejé de
pensar en ella como una de esas. Es extraño que diga esto, pero me daba miedo
mirarla a los ojos. No era ella. La
dulce y complicada Elsa que conozco no tiene esa mirada seria, enojada, que
desea sangre. Daba a entender que estaba bajo algún hechizo o nubarrón maligno.
Mejor dicho profecía.
No contraataqué, obviamente.
Podría lastimarla, y mi intención era de hecho protegerla. PERO ME ESTABA
ATACANDO, pensaba enajenado. Sin embargo podría ser yo el que saliera lastimado
si ella no daba tregua.
Y así fue.
Proyecté más, todo mi arsenal, enviando una maldición muda
en cada golpe. Picos, ventiscas, bolas
enormes que ahuecaban las paredes y destruían la cama y la mesita de luz. Quería
deshacerme de él lo antes posible. Cada vez que fallaba redoblaba mi potencia. Pero
él evadía a todos y cada uno de ellos, volando alrededor de la habitación como
una polilla. No lo podía hacer bajar del aire donde tenía ventaja. Así que
jugué sucio.
A su espalda, la pared se estiró en un bloque que lo mandó hacia adelante. Pronto,
del techo surgió otro pico que alcanzó su cabeza y lo expulsó al suelo. Caminé
hacia él.
Se seguía arrastrando como una… No me dejó terminar el
pensamiento porque una montaña de hielo reluciente surgió del suelo y encerró
mi cuerpo, a excepción de mi cuello, cabeza y manos. Me sacudí con fuerza, mis
brazos no se movían. Bastó un toque de mi bastón sobre la superficie helada, y
comenzó a obedecerme. El hielo descendía, lo que pareció encolerizar más a
Elsa. Intenté apurarme.
Antes de que pudiera liberar mis pies, la montaña volvía a
crecer gracias a Elsa, más puntiaguda y dolorosa en su interior. Atrapaba mis
piernas y torso con más tenacidad. No estaba dispuesta a dejarme escapar.
Asimismo se encargó de que otro pico me
diera en la mano para que soltara mi bastón. No era que lo necesitara, el hielo
no era mi mayor problema, dado a que también me podía obedecer a mí sin el
bastón, sino que Elsa lo era. La mano me ardía, no podía ver si sangraba, y mi
cuerpo dolía inmovilizado.
No era tonto, en cuanto volviese a intentar librarme, ella
haría las cosas más complicadas. Sería mejor dejar que piense que me había
derrotado.
Entonces, ya capturado,
Elsa puso un pie delante de otro, viniendo hacia mí con su mano en alto
y sacudiendo las caderas. Sin prisa pero con rabia. El rigor de sus ojos, que
parecían no estar al tanto de que había atacado a un visitante inesperado – o saberlo
muy bien – , desaparecía a cada paso, dejándolos vacíos.
–¿Quién eres? – no
se dispuso a dar vueltas. ¿De nuevo esa pregunta?,
me dije, cansado del mismo embrollo. La amnesia debía seguir bloqueando su
mente, ¿pero por cuánto más? Otro pico salía del suelo en diagonal y apuntaba
mi garganta. Más violencia, rodé mis
ojos imaginariamente aunque por fuera estaba aturdido.
–E–Elsa. – iba a decir ¿qué estás haciendo?, pero fui
interrumpido por su grito.
–¡Silencio! Dije ¿quién eres tú? – el pico rozaba mi nuez…
Intentaba alejarme pero apenas podía moverme. Elsa amenazó, impaciente. –
Respóndeme antes de esto te atraviese la garganta y no puedas responderme.
–¡Jack Fr–!
–¡Quién eres! –
exigió de nuevo.
Whoa, intenté
calmarme, esto era mucho para tomar a la ligera. No era que me esperase una
cálida bienvenida con una taza de té, pero tampoco este extremo. Creí que me
daría más oportunidades de hablar, de explicarle. Pero Elsa no se venía con
rodeos. Algo en su mirada me decía que no era mi nombre lo que quería saber.
–Soy el Espíritu del Invierno, mi señora. – ¿Mi señora? ¡¿Mi
señora?! ¡PERO QUE CARAJO! PRIMERO LO OTRO, AHORA ESTO. ¿Desde cuándo me volví
tan marica con Elsa? Idiota. ¿Definitivamente
me habían crecido la nariz y orejas de perro cobarde? Intenté corregirme lo
antes posible. – …. Elsa.
¿Espíritu del
Invierno? Pero qué idiotez.
El pico filoso se alejó un poco de su blanco.
Aunque tenía sentido.
Por eso aparecía su nombre en el libro, recordé vagamente… ¡De todas formas,
qué estaba haciendo él aquí! Nadie me
había seguido, nadie sabía que había huido aquí. A excepción de… ¡pero ya
estaban muertos! ¿De dónde salió este?
Jack se recomponía de por poco ser rebanado como un jamón,
mientras observaba a la joven en frente. Elsa no reaccionaba. Parecía estática
desde la visión de Jack.
–Mhmm… – Jack carraspeó. No fue lo más inteligente que pudo
haber hecho. Sin embargo, él pensó que dio resultado ya que Elsa alzó la vista
y le atravesó nuevamente con la misma.
–¿Qué estás haciendo aquí? – pregunté con el mismo tono
inquebrantable de antes, no requería mucho esfuerzo para lograr sonar sombría.
Por alguna razón, buscaba en sus entrañas un miedo hacia mí. Lo quería. Supongo
que eso me daría cierta ventaja.
Vine a protegerte,
rescatarte de ti misma. ¿Qué?, te preguntarás. Mira, te lo resumiré. El hecho
es que no me recuerdas, ni nada de lo que pasó entre nosotros. Pero estamos
juntos, sentimentalmente quiero decir. Desde hace meses. O lo estábamos.
Incluso me pediste matrimonio de una manera indirecta. La cosa es que un troll
me contó una noche de una profecía tuya que dice que te harás malévola por
ningún motivo sensato. Así que vengo a corroborar que no se te suelten las
riendas y mates a todos, y a liberarte,
curarte, lo que mierda sea de esa profecía y puedas volver a tu Reino y todos
felices.
La respuesta venía a mi mente, pero mi cerebro no podría
procesarlas para ser dichas. Por lo que de mi boca solo salió un estúpido
balbuceo.
–Prog…Rec,,,, Nadigmos… Sentma…tprofll… – para mi defensa,
era mucho como para escupir a la ligera.
Elsa me miró raro, solo por una fracción de segundo. Al
siguiente instante, tenía esa cara de nuevo. La de serpiente. Desearía poder
ponerle una máscara con tal de que deje de mirarme así.
No dijo nada, solo tensó sus labios y mentalmente hizo que
el pico estrujara más mi garganta. Quería más información, o directamente hacer
que aprenda una especie de lección.
–Habla. – sancionó. – O averiguaré de qué color tienes las
tripas.
Ya era suficiente,
pensó Jack.
–¿Qué tienes con las amenazas? ¿En verdad no me recuerdas?
¿Mi nombre no significa nada para ti?
Sus preguntas inquietaron
a Elsa. De alguna manera se le
estaba burlando. Elsa no lo conocía. Punto. No se tragaría ningún juego suyo.
Le miró y frunció más el ceño. El témpano de hielo creció
más hacia él.
–No te atrevas a
hablarme así, Espíritu del Invierno.
–Jack… – amagó por corregirle, pero el hielo acosador volvió
a callarlo. Tú y tu lengua.
–¿Por qué me sigues? ¿Cuáles son tus intenciones, huh? Dime.
Tienes menos de un minuto para responderme antes de que me canse de ti y haga
algo imperdonable.
–Huh… Bueno, lo que pasa es… – resopló, rodando los ojos
para todas direcciones. Deseó haber pensado en escribir un libreto porque
estaba en blanco. – Por dónde empezar…
–Suficiente. – estaba jugando con ella. Elsa alzó la mano y
la prisión de Jack se elevó a metros de ella. Comenzó a arrastrarlo en
dirección a las puertas abiertas del balcón. – Se acabó tu tiempo.
–¿QUÉ? ¡No! ¡Espera! – intentó forcejear pero el hielo era
inquebrantable, y sería mejor no usar su magia. – ¡Elsa estás bajo una profecía!
¡Tú no eres así!
El témpano de hielo frenó
a siete pasos del límite del balcón. Elsa estaba quieta nuevamente. Era
la segunda vez que la dejaba sin habla e inmóvil, y no le gustaba en absoluto.
–¿Qué sabes tú de mí, huh? – enseñó los dientes. Había hecho
que los ojos de Jack estuviesen a su altura. Aquellos resplandecían como oro
líquido en un océano azul a las luces naranjas y lilas del exterior. – No sabes
nada.–
–Claro que sí. Elsa, tú y yo nos conocemos.–
–¡Mentiras! No te he visto en mi vida excepto por esa vez en
el palacio. Si te hubiera atrapado en ese entonces, no me habrías seguido hasta
aquí ahora. ¿Piensas arruinar todo lo que planeé? Porque de ser así, te tengo
malas noticias.–
–No, no vengo a arruinarte nada. – frunció el ceño y la
nariz. – Vengo a ayudar porque–
–No necesito tu ayuda, ni tu interés. Aléjate de mí. ¡No sé
qué tramas, pero no te funcionará conmigo!
–¡No entiendes nada! ¿Quieres explicaciones o un monólogo?
Se arrepintió un poco de su osadía cuando el interior del
casquete se ensanchó y aplastó sus costillas y todo su conjunto óseo entero.
Dolía como mil infiernos; se le escapó un gemido de dolor.
Pero, por imposible que pareciera, Elsa lo consideró. Pedía explicaciones y eso iba a
obtener. Aflojó la opresión en su cuerpo, por lo menos por el momento.
–Habla.
Jack se permitió tener un segundo de triunfo y respiro, y
después comenzó. ¿Qué podría decir para sonar razonable y persuadirla a que le
haga caso? Pensó que nada serviría.
–Elsa, estás bajo una profecía. No sé qué es ni cómo
funciona o cuánto dura, pero sí que dice que hará resurgir tu lado oscuro. – veo que ya aparecen los efectos…, recalcó. – No tienes control de lo que haces
ahora, por eso quiero ayudarte. Debo hacerlo. Y para prevenir cualquier… ya
sabes, cosa… mala que hagas.
¡Pero qué idiotez! Elsa
se habría reído de sus palabras de haber estado en una instancia distinta. No
obstante, comprimió más los ojos y apretó la mandíbula.
–No es cierto–
–Sí lo es. Todo lo que digo es verdad, ¿para qué te
mentiría?
Elsa desconocía esa respuesta. Una pregunta distinta le picaba
en la mente, ansiosa por saber su respuesta.
–… Y a todo esto, ¿tú
que tienes que ver con toda esta patraña? – le señaló acusadoramente.
Jack cerró los ojos; casi se podía imaginar con cientos de
picos apuntando su cabeza o algún otro castigo peor por lo que iba a decir.
Depende de cómo lo mires, las personas valientes son temerarios guerreros o
estúpidos de profesión. Pero se supone que no hay que tener miedo cuando se
trata de amor, porque, ya saben, el amor lo puede todo y eso.
–Porque te amo… ¡Nos amamos! – se apresuró en aclarar. –
Llevamos meses juntos, –
No… Elsa estaba
desconcertada. Atónita. Aborrecida.
–Nos conocimos hace casi un año, en tu habitación,–
No… Elsa no amó a
nadie en su vida. Y menos amaría a Jack Frost.
–Y te he amado desde entonces, por eso creo que debo ayudar a
curarte y librarte de esto que se apodera de ti. Soy el único que puede y te
conoce…
No. NO. ¡NO!
De acuerdo, el amor no lo puede todo.
Rayos congelados se dispersaron en todas partes, golpearon
los barandales del balcón y las puertas e incluso en el casquete en el que
estaba Jack dejó un pequeño agujero libre en su abdomen. La onda expansiva golpeó y despeinó también el
cabello de Jack que acomodó sacudiendo la cabeza. Quería sacudir el asombro a
su vez.
¿Tanto le disgustaba enterarse de esa verdad?
La reacción se libró accidentalmente de Elsa, pero no le
traía cuidado. Lo que sí lo hacía era esa información. ¡Esa falsedad! Le estaba
diciendo que había una parte de su vida que no podía recordar; era falso. Que
amaba a alguien desconocido, que no era como sabía que fue toda la vida, que
tenía que ser salvada de algo imposible. Pero ella no tenía nada, ni ninguna
profecía ni qué carajos la acechaba. Ella estaba bien, con necesidad de paz,
reconocimiento, por algo se alejó de su vida en Arendelle. No estaba loca, ni
tenía una vida doble, o era lo que él decía.
En lo que ella sabía de sí misma, siempre había sido de esa
forma. Más o menos…
Ahora estaba confundida. Sabía qué hacía en el castillo en
la montaña; no era por lo que se obligaba a pensar solamente. Había otra razón
profunda que no quería sacar a la luz, menos al tipo que tenía enfrente.
Y una inculpación como esa merecía un castigo.
Con ambas manos dilató la cantidad de hielo en el cuerpo de
Jack; ahora cubría su cuerpo en totalidad. Elsa escupía veneno y odio de sus
ojos, no muy convencida del por qué o hacia a qué, pero algo le impulsaba a
hacerlo. Mientras, Jack se esforzaba por cazar oxígeno, se estaba sofocando, ahogando
en esa caja de hielo. Casi similar a aquella vez en el lago… Basta de
tonterías, pensó al instante en que se decidió a usar su magia y zafarse
de esa tumba helada.
El cubo de hielo se partió en dos y él salió volando al
interior a la habitación. Tomó su bastón en el suelo y se volvió hacia Elsa.
Ella ya estaba siguiendo sus pasos y lista para otra pelea, pero Jack no.
Habría alzado sus manos o alzado una bandera blanca si no supiera que ese sería
un acto perfecto para que Elsa lo viera como debilidad y empiece a atacar. Únicamente
le apuntaba con la punta curvada de su bastón y caminaba sobre la línea de un
círculo invisible, con Elsa en el polo opuesto.
–No busco pelear. –
–¡Tú no sabes quién soy! ¡Ni lo has sabido nunca! –rugió histérica.
Ya había tenido suficiente de él y sus afirmaciones por el resto de su vida. – Solo
yo lo sé. – una idea se iluminó en ella. Una idea estúpida, pero no tan
estúpido como lo que él dijo. –Pero si lo que indicas es verdad, dame una
prueba y gánate unos minutos más de vida mientras puedes.
Si no se ha tragado la
verdad a estas alturas, ¿cómo explicarle, maldita sea?
– Sé lo de la boda de Anna,–
–Eso lo sabe todo el mundo. – exhortó. Tenía un buen punto. –
No es prueba suficiente.
–Pero yo estaba
contigo el día en que te enteraste del compromiso. Sé lo triste que has estado
porque el matrimonio significaría que serías la siguiente en la lista. Que
tienes que casarte lo antes posible…
–Sí, me ha… afectado. – ¿Cómo lo sabía? Eso no tenía
sentido. – Pero tú no estabas ahí. Jamás lo estuviste, o lo habría recordado.
El compromiso apenas fue anunciado hace unos días.
–Ese es el problema. Por eso no me recuerdas, la profecía ocurrió
ese mismo día y te ha dado una especie de amnesia.
¿Profecía? ¿Amnesia? No, nada de eso le estaba pasando.
–Pero entonces no recordaría la boda. Cada vez me demuestras
que tus palabras son puras mentiras. Y odio que me mientan.
–¡Lo que digo es cierto! Vamos, intenta recapacitarlo. No sé
lo de la amnesia, tal vez solo borra cierta parte de tu memoria y lo reemplaza
con algo distinto. Quizás solo me ha borrado a mí. No hay instrucciones en todo
esto. Ni sé por qué razones el Universo está jugando contigo y conmigo, pero
intenta ver la verdad en todo esto. No miento, lo juro.
Elsa meditó un segundo.
–De ser… cierto lo que dices, respóndeme esto. ¿Por qué
nunca supe de mi profecía? Es obvio que estoy relacionada con la magia, pero se
supone que las profecías ocurren en el nacimiento, no en medio de la vida. –colocó
su mano en su cadera y alzó la barbilla. – ¿Y por qué quieres ayudarme?
Finalmente, estaba cediendo. Sin embargo Jack no podía
dejarse aliviar todavía.
–Esa noche, estábamos durmiendo juntos en el palacio y
alguien llamó a la puerta. – Elsa se estremeció de asco en su interior por
pensar en ella durmiendo con él. Jack no
pareció notarlo, o eligió ignorarlo. – Cuando la abrí había un troll, – Elsa
interrumpió el relato con un rodeo de ojos. – en serio lo era. ¿Me vas a decir
que estas conforme con tu magia pero no crees en criaturas mágicas?
–Sé lo que son los trolls, y sé que existen. ¿Pero que se
aparezcan de la nada en la puerta del palacio? No puede ser. – se cruzó de brazos
y sacudió la cabeza resuelta.
–Me dijo lo de la profecía, y reaccioné así como lo estás
haciendo tú. Me reí en su cara más o menos. No recuerdo la profecía al pie de
la letra pero era algo como “teman de la sangre real con magia en las venas,
porque el blanco se teñirá de negro”, algo así. – era notable cómo el nivel de
paciencia de Elsa descendía. – Sabía que se trataba de ti. Al final le creí por
completo cuando volvimos a tu habitación y hubo una luz y una explosión.
Había algo… En los ojos azules del chico, que no había
dejado de sostenerle la mirada, algo que podía reflejar el momento en que
empezó a creer. A temer a esa realidad. Nadie le temería si la realidad fuese
una mentira. Entonces… ¿Podía ser real?
No. Era increíble, imposible, pero… podía ser cierto después de todo, ¿no?
Aghhh. Elsa quería arrancarse la piel con las uñas debido a
tanto caos y embrollo que acababa de surgir en su razón. Todo por culpa de Jack
Frost. Maldito él. Maldita la duda plantada. Maldito el universo si es que todo
era verdad. Pero se ocupó de esconder todo indicio de desmoronamiento.
Elsa por fin había acomodado varias piezas de este nuevo
rompecabezas. No necesitaba más respuestas porque ella las tenía a su
disposición. Caminó rodeando a Jack, como un predador que quiere jugar con la
presa. Porque ella tenía las cartas ganadoras esa ronda.